domingo, 17 de enero de 2021

Vicente Aleixandre


Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla, 26 de abril de 1898-Madrid, 13 de diciembre de 1984) fue un poeta español de la llamada generación del 27. Elegido académico en la sesión del día 30 de junio de 1949, ingresó en la Real Academia Española el 22 de enero de 1950. Ocupó el sillón de la letra O.

Hijo de una familia de la burguesía española, su padre, Cirilo Aleixandre Ballester, madre Elvira Merlo García de Pruneda fue ingeniero de ferrocarriles.​ Varios hermanos de Aleixandre murieron en el periodo infantil. Así, Elvira murió con tres años, Fernando murió con año y medio y Sofía, al nacer.


El poeta nació en Sevilla en 1898 pero pasaría su infancia en Málaga, donde compartió estudios en el colegio de don Ventura Barranco con Emilio Prados. Se trasladó a Madrid donde cursó estudios de Derecho y Comercio.
En 1899 nace su hermana Conchita, a quien las circunstancias de la vida convertirían en su única compañía familiar. El padre, ingeniero de ferrocarriles, es trasladado a Málaga, en 1900 donde va a vivir toda la familia.

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Una de las mujeres más importantes en la vida de Vicente Aleixandre, su hermana Conchita. Aquí, en el salón de Velintonia, junto al poeta y su perro Sirio.


En 1909 la familia se traslada a Madrid, donde el joven Aleixandre empezará a cursar el Bachillerato en el colegio Teresiano.

En 1913 obtiene su título de bachiller y cursa el preparatorio de Facultad. También muere su abuelo, Don Antonino Merlo, viejo general de las campañas de Cuba que tanto influyó en la formación del poeta.

En octubre de 1914 tras el curso preparatorio de Letras, ingresa en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid y en la Escuela de Comercio. En 1917 veranea en el pueblo Las Navas del Marqués, donde conoce a Dámaso Alonso. Éste le presta la antología de Rubén Darío hecha por Andrés González Blanco en 1910, y el joven Aleixandre descubre entonces que la poesía no es una sarta de insustanciales rimas sino, como dirá más tarde, “una profunda verdad comunicada”. En octubre de ese año, inspirado por el nuevo mundo de una reveladora expresión estética, intenta sus primeras composiciones poéticas.

Obtiene la Licenciatura en Derecho en 1919 y es nombrado profesor ayudante de la asignatura Legislación Mercantil Española. Da clases de Derecho Mercantil e imparte un curso para extranjeros en la Residencia de Estudiantes sobre “Lenguaje de la técnica comercial”. Grado de Intendente Mercantil, con calificaciones de sobresaliente, en los exámenes de mayo. Aparece su primer poema publicado, de signo ultraísta y bajo el pseudónimo de Alejandro G. de Pruneda, en la revista sevillana “Grecia”. Comienza su relación con Margarita Alpers.


En 1919 se licencia en Derecho y obtiene el título de intendente mercantil. En 1917 conoce a Dámaso Alonso en Las Navas del Marqués, lugar donde veraneaba, que le inició en la lectura de Rubén DaríoAntonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Ejerce de profesor de Derecho Mercantil desde 1920 hasta 1922 en la Escuela de Comercio madrileña, y en el verano de 1920 conoce en la Residencia de Estudiantes a la estadounidense Margarita Alpers, con la que sostiene una relación amorosa también en el verano de 1921, deshecha cuando esta tuvo que partir a California. Alpers estaba casada y es la destinataria de algunos de los poemas de Álbum; creía que su hija Juanita era de Aleixandre. Esta hija le escribió en 1965 para decirle que su madre había fallecido de cáncer.

En 1922 conoce a Rafael Alberti, en el Ateneo de Madrid, donde éste ha hecho una exposición de pintura. Sufre su primera dolencia: una artritis infecciosa en la rodilla. Por estos años vive su primera gran pasión juvenil con la actriz de variedades Carmen de Granada. Viaja a Portugal, Inglaterra, Suiza, Francia… Comienza la silenciosa escritura del que será su primer poemario, “Ámbito”. 


En 1923 conoce a Eva Seifert, que será su amiga hasta la muerte.

Entre 1921 y 1924 la imagen de un joven Aleixandre, enérgico y entregado a la actividad profesional, contrasta con la del poeta sedentario que será cuando la enfermedad le imponga un tenaz cerco. Trabaja como corresponsal administrativo en la secretaría de la empresa Ferrocarriles Andaluces; colabora con artículos especializados en la revista de economía “La semana financiera” y en la de temas ferroviarios “Revista de Comunicaciones”.


En 1925 Ingresa en la Compañía de los Ferrocarriles del Norte, pero una nefritis tuberculosa dará al traste con todas las expectativas que se abrían en su carrera profesional de letrado economista para abrir la puerta grande a la del poeta. Penosos meses de convalecencia, que ocupa en concluir “Ámbito”. La “Revista de Occidente” publica en 1926 sus primeros poemas, ya con la firma definitiva de quien dedicará toda su vida a la poesía. En 1927 participa en el homenaje a Góngora, en la revista “Verso y prosa”. Entabla amistad con Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.

El 12 de octubre asiste junto con Dámaso Alonso y Rafael Alberti al estreno, por la compañía de Margarita Xirgú, de la “Mariana Pineda” de Lorca. La familia Aleixandre se traslada al chalet de la calle de Velintonia.

Aparece su primer libro, “Ámbito” en 1928 publicado por “Litoral” de Málaga, y Aleixandre queda afiliado, por así decirlo, a la nómina oficial del 27. La enfermedad lo obliga a dejar su trabajo en la Compañía de Ferrocarriles y a guardar el más absoluto reposo. La lectura es su gran compañía. Una de sus admiraciones es James Joyce. La otra es Freud, cuya lectura le lleva hasta las profundas simas de la vida psíquica. Tampoco le son desconocidos Lautreamont, Reverdy, Rimbaud y Apollinaire. Bajo el signo de estas influencias, su poesía se adentra con libre y personalísimo estilo por los espacios de lo irracional y de un eros primordial. Conoce a Luis Cernuda.

En 1930 Gerardo Diego lo incluye en su antología “Poesía española (1915-1931)”. El recrudecimiento de su enfermedad renal obliga a extirparle el riñón afectado. El éxito de la arriesgada intervención en el Sanatorio de El Rosario de Madrid le salva la vida. La recuperación, lenta, la pasa en Miraflores de la Sierra, donde en lo sucesivo fijará su lugar de descanso para los veranos. En 1932 se publica su segundo libro: “Espadas como labios”.

En 1933 con el libro “La destrucción o el amor” aún inédito, para muchos la obra capital del surrealismo o irracionalismo hispano, obtiene el Premio Nacional de Literatura.

En 1935 nacen “La destrucción o el amor”, en Madrid, y de “Pasión de la tierra”, en México. Conoce a Pablo Neruda y a Miguel Hernández. Colabora en la revista de Neruda “Caballo verde para la poesía”.

Nuevamente enfermo, en 1936 consigue con dificultad, por las circunstancias de la guerra que acaba de estallar, ir a Miraflores, también termina los poemas para el libro “Mundo a solas”.

En 1937 publica su semblanza sobre Federico García Lorca, recientemente asesinado. Se traslada a vivir a casa de sus tíos, en la calle de Españoleto, en Madrid, porque la zona de Velintonia se ha convertido en escenario de guerra.

La guerra civil es para Aleixandre una dolorosa prueba a la que sólo podrá sobreponerse con el paso del tiempo y el acopio de sus reservas interiores. Desaparece trágicamente Lorca, a quien estaba unido por lazos de estrecha amistad. Sus compañeros de generación se marchan al exilio. Él intenta conseguir un permiso de evacuación en compañía de su padre y de su hermana, pero la tozudez legalista de un funcionario de la República le cierra el camino. En septiembre de 1939 escribe “Primavera en la tierra”, primer poema de “Sombra del paraíso”.


El 9 de marzo de 1940 muere el padre del poeta, Cirilo Aleixandre Ballester. Velintonia, la casa familiar, ha quedado destruida por los obuses y son innumerables los documentos y volúmenes arrasados por el pillaje. Reconstruida en 1942, Vicente y su hermana Conchita reemprenderán en ella una nueva vida hasta el fin de sus días.

Durante el inicio de la posguerra, las autoridades franquistas, conocedoras del apoyo del poeta a la causa del pueblo, intentarán crear un vacío en torno a su obra. No lo logran: la personalidad del poeta, que se ha convertido en el máximo representante del exilio interior de su generación, se impone a cualquier intento de censura.

En 1942 conoce a Carlos Bousoño, quien, ocho años más tarde publicará su importante libro sobre el poeta. En el l mes de noviembre de 1943 fecha el último poema que escribe para “Sombra del paraíso”: ”La isla”.

El 23 de mayo de 1944 se termina de imprimir su quinto libro, “Sombra del Paraíso”. Con esta obra cumbre, Aleixandre asegura un lugar en la historia de la poesía española. En contraste con la época de guerra y desolación, su ideal se acerca a un edén libre de sufrimiento y de muerte y defiende el ansia de una existencia pura y elemental. La revista “Corcel”, de Valencia, le dedica un homenaje.

En 1947 inicia gestiones para que se publique por primera vez en España después de la guerra civil un libro de Miguel Hernández.

La Real Academia Española le elige académico de número en 1949 y el 22 de enero de 1950 lee su discurso de ingreso: “En la vida del poeta: el amor y la poesía”.

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También edita “Mundo a solas”. En 1952 asiste al Primer Congreso de Poesía, celebrado en Segovia. Se publica su libro “Nacimiento último”.

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En 1954 con el libro “Historia del corazón”, que aparece este año, se inicia lo que algunos críticos llaman la “segunda época” del poeta.

Al cumplir Aleixandre sesenta años, la revista “Papeles de Son Armadans”, de Camilo José Cela, le dedica un número homenaje. En 1960 sale la Primera edición de sus “Poesías completas” y en 1962 aparece el libro “En un vasto dominio”


En 1965 su libro “Retratos con nombre” ,en 1968 “Poemas de la consumación” y en 1971 su antología “Poesía superrealista”.

Profesores españoles y extranjeros presentan su candidatura para el Premio Nobel de Literatura. Aparece en Estocolmo una antología de su obra. Es el comienzo de una serie de nominaciones y posposiciones que terminarán el 6 de octubre de 1977, cuando la Academia Sueca le concede el Premio Nobel de Literatura “por una obra de creación poética innovadora que ilustra la condición del hombre en el cosmos y en nuestra sociedad actual, a la par que representa la gran renovación, en la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española”


Discurso de Vicente Aleixandre al recoger el Premio Nobel de Literatura de 1977

«En una hora como esta, tan importante en la vida de un cultivador de las letras, quisiera expresar, con las palabras más bellas, la emoción que un hombre siente y la gratitud que experimenta en unos actos como los que ahora se desarrollan. Yo nací de una familia burguesa, pero tuve la suerte de su vocación, ampliamente abierta y liberal.

Mi espíritu inquieto me llevó a ejercer contradictorias profesiones. Fuí profesor de Derecho Mercantil, empleado en una empresa ferroviaria, periodista financiero. Desde joven esta inquietud de que hablo me exaltaba a un placer: la lectura, y, en seguida, la escritura. A los 18 años empezó el aprendiz de poeta a escribir sus primeros versos, que furtivamente yo trazaba, en medio del fragor de una vida, que por no haberse aún centrado en su verdadero eje, yo podría llamar aventurera. El destino de mi vida, el enderezamiento de ésta lo trajo un fallo de mi cuerpo.

Caí enfermo de gravedad, de una enfermedad crónica. Hube de abandonar todos mis otros quehaceres que denominaría corporales y escapar al campo, lejos de mis actividades anteriores. El vacío que esto rne dejó lo llenó rápidamente otro quehacer que no necesitaba la colaboración corporal y era compatible con el reposo que los médicos me habían recomendado. Esta invasión inolvidable, desalojadora, fue el ejercicio de las letras; la poesía ocupó plenamente la actividad vacante. Empecé a escribir con dedicación completa, y entonces, realmente, entonces, se adueñó de mí la pasión que no me había de abandonar nunca. Horas de soledad, horas de creación, horas de meditación. La soledad y la meditación me trajeron un sentimiento nuevo, una perspectiva que no he perdido jamás: la de la solidaridad con los hombres. Desde entonces he proclamado siempre que la poesía es comunicación, empleando la palabra en ese preciso sentido. La poesía es una sucesión de preguntas que el poeta va haciendo.

Cada poema, cada libro es una demanda, una solicitación, una interrogación, y la respuesta es tácita, pero también sucesiva, y se la da el lector con su lectura, a través del tiempo. Hermoso diálogo en que el poeta interroga y el lector calladamente da su plena respuesta. Con bellas palabras quisiera decir ahora lo que es el Premio Nobel para el poeta. No puede ser; solo me cabe expresar que estoy entre vosotros en cuerpo y alma, y que el Premio Nobel es como la respuesta, no sucesiva, no callada, sino agrupada y coincidente, súbita, de una voz general que generosamente y milagrosamente se hace única y responde a la interrogación sin tregua que ha venido dirigiendo a los hombres. Así, mi gratitud al símbolo de la voz agrupada y simultánea que la Academia Sueca me ha hecho escuchar con los sentidos del alma, y por la cual aquí públicamente le doy mis rendidas gracias. Por otra parte, estimo que un premio como el que hoy recibo es, en toda circunstancia, y creo que sin excepciones, un premio a la tradición literaria en la que el autor de que se trate, en este caso, mi persona, se ha formado. Pues, sin duda, poesía, arte, es siempre y ante todo, tradición, de la que cada autor no representa otra cosa que la de ser, como máximo, un modesto eslabón de tránsito hacia una expresión estética diferente; alguien cuya fundamental misión es, usando otro símil, transmitir una antorcha viva a la generación más joven, que ha de continuar en la ardua tarea. Puede darse un poeta que haya nacido con las más altas prendas para llevar a término un destino.

Nada o muy poco podrá hacer si no tiene la suerte de hallarse situado en una corriente artística de suficiente fuerza o entidad. Creo que, en cambio, acaso un poeta menos dotado haría mejor papel si tuviere la suerte de producirse en medio de un movimiento literario verdaderamente creador y vivo. Yo vine al mundo, en ese sentido, con buena estrella, pues desde un tiempo suficientemente extenso, anterior a mi nacimiento, la cultura española había venido sufriendo un importantísimo proceso de acelerada reviviscencia que hoy, creo, no es un secreto para nadie. Novelistas como Galdós; poetas como Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, y, antes, Becquer; filósofos como Ortega y Gasset; prosistas como Azorín y Baroja; hombres de teatro como Valle-Inclán; pintores como Picasso o Miró; músicos como Falla no se improvisan ni son frutos del azar. Mi generación se vio así asistida y enriquecida por ese cálido entorno, por ese manantial, por ese fecundísimo caldo de cultivo, sin el cual acaso nada seríamos ninguno de nosotros.

Desde la tribuna en la que ahora me dirijo a vosotros quiero, pues, asociar mi palabra a la de todo ese plantel generoso de compatriotas míos que desde otra edad y en las más diversas vías nos formaron y nos permitieron, a mi y a mis compañeros de generación, alcanzar un sitio desde el que pudiésemos hablar con una voz tal vez genuina o propia. Y no me refiero solo a esas figuras que constituyen la tradición inmediata, siempre la más visible y decisiva. Aludo también a la otra tradición, la mediata, si más remota en el tiempo, capaz de enlazar cálidamente con nosotros, la tradición formada por nuestros clásicos del Siglo de Oro, Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, con la que también nos hemos sentido vinculados, y de la que hemos recibido no pocas esencias. España pudo renacer y renovarse gracias a que, a través de la generación de Galdós y luego a través de la generación del 98, se desobturó, digámoslo así, y se hizo accesible y fluyó abundantemente hacia nosotros toda la savia nutricia que nos llegaba del más remoto pasado.

La generación del 27 no quiso desdeñar nada de lo mucho que seguía vivo en ese largo pretérito, abierto de pronto ante nuestra mirada como un largo relámpago de ininterrumpida belleza. No fuimos negadores, sino de la mediocridad; nuestra generación tendía a la afirmación y al entusiasmo, no al escepticismo ni a la taciturna reticencia. Nos interesó vivamente todo cuanto tenía valor, sin importarnos donde éste se hallase. Y si fuimos revolucionarios, si lo pudimos ser, fue porque antes habíamos amado y absorbido incluso aquellos valores contra los que ahora íbamos a reaccionar.

Nos apoyábamos fuertemente en ellos para poder así tomar impulso y lanzarnos hacia adelante en brinco temeroso al asalto de nuestro destino. No os asombre, pues, que un poeta que empezó siendo superrealista haga hoy la apología de la tradición. Tradición y revolución. He ahí dos palabras idénticas. Y luego la tradición, no vertical sino horizontal, la que nos acorría como aliciente y fraternal emulación desde nuestros costados, al lado mismo de nuestro camino. Me refiero a aquel otro grupo de jóvenes (cuando yo lo era también) que corría con nosotros en la misma carrera. Qué suerte la mía poder vivir y tener que hacerme junto a poetas tan admirables como los que yo hube de conocer y asumir en calidad de coetáneos míos! A todos los amé, uno a uno. Y los amé, justamente porque yo buscaba otra cosa; otra cosa que solo era posible hallar por diferenciación y contraste respecto de aquellos poetas, mis compañeros. Nuestro ser solo alcanza, su verdadera individualidad junto a los demás, frente al prójimo.

Cuanta mayor calidad tenga ese contorno humano en el que nuestra personalidad se hace, tanto mejor para nosotros. Puedo decir que también aquí yo he tenido la fortuna de haber realizado mi destino desde una de las mejores compañías posibles. Hora es de nombrarla en toda su multiplicidad: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge Guillen, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda. Hablo, pues, de solidaridad, de comunión, y también de contraste. Tal ha sido, por otra parte, el sentimiento que se halla más profundamente inserto en mi alma, y el que late, de un modo u otro, con más fuerza, detrás de la mayoría de mis versos. Es natural entonces que tenga mucho que ver con esto el modo mismo con que entreveo al hombre y a la poesía. El poeta, el decisivo poeta, es siempre un revelador; es, esencialmente, vate, profeta. Pero su «vaticinio» no es, claro está, vaticinio de futuro: porque puede serlo de pretérito: es profecía sin tiempo. Iluminador, asestador de luz, golpeador de los hombres, poseedor de un sésamo que es, en cierto modo, misteriosamente, palabra de su destino.

En definitiva, el poeta es así un hombre que fuese más que un hombre: porque es además poeta. El poeta está lleno de «sabiduría», pero no puede envanecerse, porque quizá no es suya: una fuerza incognoscible, un espíritu habla por su boca: el de su raza, el de su peculiar tradición. Con los dos pies hincados en la tierra, una corriente prodigiosa se condensa, se agolpa bajo sus plantas para correr por su cuerpo y alzarse por su lengua. Es entonces la tierra misma, la tierra profunda, la que llamea por ese cuerpo arrebatado. Pero otras veces el poeta ha crecido, ahora hacia lo alto, y con su frente incrustada en un cielo habla con voz estelar, con cósmica resonancia, mientras está sintiendo en su pecho el soplo mismo de los astros. Todo se hace fraterno y comunicante.

La diminuta hormiga, la brizna de hierba dulce sobre la que su mejilla otras veces descansa, no son distintas de él mismo. Y él puede entenderlas y espiar su secreto sonido, que delicadamente es perceptible entre el rumor del trueno. No creo que el poeta sea definido primordialmente por su labor de orfebre. La perfección de su obra es gradual aspiración de su factura, y nada valdrá su mensaje si ofrece una tosca o inadecuada superficie a los hombres. Pero la vaciedad no quedará salvada por el tenaz empeño del abrillantador del metal triste. Unos poetas – otro problema es éste, y no de expresión sino de punto de arranque – son poetas de «minorías». Son artistas (no importa el tamaño) que se dirigen al hombre atendiendo, cuando se caracterizan, a exquisitos temas estrictos, a refinadas parcialidades (¡ qué delicados y profundos poemas hizo Mallarmé a los abanicos!); a decantadas esencias, del individuo expresivo de nuestra minuciosa civilización.

Otros poetas (tampoco importa el tamaño) se dirigen a lo permanente del hombre. No a lo que refinadamente diferencia, sino a lo que esencialmente une. Y si le ven en medio de su coetánea civilización, sienten su puro desnudo irradiar inmutable bajo sus vestidos cansados. El amor, la tristeza, el odio o la muerte son invariables. Estos poetas son poetas radicales y hablan a lo primario, a lo elemental humano. No pueden sentirse poetas de «minorías». Entre ellos me cuento. Por eso, el poeta que yo soy tiene, como digo vocación comunicativa. Quisiera hacerse oir desde cada pecho humano, puesto que, de alguna manera, su voz es la voz de la colectividad, a la que el poeta presta, por un instante, su boca arrebatada. De ahí la necesidad de ser entendido en otras lenguas, distintas a la suya de origen. La poesía sólo en parte puede ser traducida.

Pero desde esa zona de auténtico traslado, el poeta hace la experiencia, realmente extraordinaria, de hablar de otro modo a otros hombres y de ser comprendido por ellos. Y entonces ocurre un hecho inesperado. El lector se instala, como por milagro, en una cultura que en buena parte no es la suya, pero desde la que siente palpitar con naturalidad su propio corazón, que de este modo se comunica y vive en dos dimensiones de la realidad: la suya propia y la que le concede el nuevo asilo que le acoge. Lo cual sigue siendo cierto, me parece, vuelto del revés, y referido, no al lector, sino al poeta vertido a otro idioma.

También el poeta se siente como esos personajes de los sueños que tienen, perfectamente identificadas, dos personalidades distintas: Así el autor traducido que siente en sí dos personas: la que le confiere la nueva vestidura verbal que ahora le cubre y la suya genuina, que, por debajo de la otra, aún insiste y es. Termino así recabando para el poeta una representación simbólica: la de cifrar en su persona el anhelo de solidaridad con los hombres, para cuyo logro fue instituido, precisamente, el Premio Nobel».


El Ayuntamiento de Madrid cambia el nombre de la calle Velintonia por el de Vicente Aleixandre. A principios de año le ataca un herpes zoster en el lado izquierdo de la cara. Por una dificultad respiratoria, ingresa en el sanatorio de Nuestra Señora de Loreto. La enfermedad, de la que no acaba de recuperarse, y el desarrollo progresivo de unas cataratas que lo dejan casi ciego le mantienen muy aislado. Los últimos años de la vida de Aleixandre transcurren marcados por las secuelas de la vejez y la enfermedad. En febrero de 1980, por un problema urológico, se hospitaliza en la Clínica San Camilo. Pierde parcialmente la visión, no reconoce su escritura. El 20 de noviembre es intervenido de cataratas, en la Clínica de la Luz, Contra su costumbre, consiente en aparecer en un programa de televisión. Al año siguiente concede algunas entrevistas de prensa

Es hospitalizado de urgencia el 10 de diciembre, de 1984: en la Clínica Santa Elena, con hemorragia intestinal. Muere en la noche del día 13 de diciembre. Es enterrado en el panteón familiar del cementerio de la Almudena el sábado 15 de diciembre. – Fuente:



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